
De profundis. Óscar Wilde
Momentos, pausas, en los que la vista se detiene en lugares, en miradas, en almas; fuera y dentro.
Alrededor de las sombras inertes, en el espacio donde habita la nada, emerge la pústula humana, negra, floreciente; los ojos velados, la mirada oscura, para no ver el dolor de la vida, su muerte. El aliento gélido solo escupe palabras vacías de espinas pobladas que hieren y amenazan, que se clavan y horadan buscando la vida para aprisionarla, para matarla. Todo es vacío, todo es terror, todo es nada.
Las ventanas son el lugar para comenzar a entrar, a oír, a mirar, a oler y a acariciar.
Un brazo de la noche
entra por mi ventana.
Un gran brazo moreno
con pulseras de agua.
Sobre un cristal azul
jugaba al río mi alma.
Los instantes heridos
por el reloj… pasaban.
Fragmento del poema "Nocturnos de la ventana", de Federico García Lorca.
No se puede sacar de la montaña lo que no se lleva dentro, aunque se vaya allí para ser diferente. Pero quien vuelve a las montañas, a su silencio, vuelve a su madre. Ahí, en el silencio, donde todo es enorme, absoluto, eterno, se es uno consigo mismo y con el sobrecogedor paisaje que te rodea. Las palabras sobran. Hay que usar la mirada y saber verlo para entrar en la inmensidad del alma.
“Saudade”, bellísima palabra portuguesa, es el sentimiento del recuerdo melancólico de una alegría ausente pero que puede retornar en el futuro. Es, también, sentir que formas parte de algo, y que ese algo forma parte de ti, echarlo de menos incluso antes de perderlo de vista, tenerlo presente en cada momento de tu vida, y que el corazón se te encoja al verlo y vivirlo de nuevo. Uno de los más hermosos sentimientos.
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