Ulises puede ver y oír. Y por ello. Ulises se aferra al mástil por voluntad propia. Quiere llegar a su destino, hacer su viaje, terminarlo; atravesar la bruma y la seducción de lo fácil, de lo cómodo, de lo aparente, de la nada, para llegar a la Verdad, a Ítaca, a Penélope. Se niega al espejismo y al hechizo de las sirenas y sus cantos, para no apartarse de su camino, de lo que es de verdad, de lo que es importante.
Pero es tan difícil no dejarse seducir por los cantos de sirena de la realidad inútil, aparente, aun sabiendo donde está lo importante, lo que somos, lo que queremos, lo que necesitamos, a lo que siempre quisimos tener, a donde siempre quisimos ir. Y qué fácilmente nos equivocamos. Qué facílmente nos dejamos llevar por la falacia de los cantos de sirena, si es que no somos, incluso, los simples marineros del barco de Ulises.