Degustar una lágrima. La sencillez de un bocado. Girar el rostro hacia el aire helado del amanecer, en primavera, y sentir el rocío. Sonreír. A veces es como cuando llueve en un bosque de hayas, y tú estás en él con el aliento encogido.
Borboleta, oí una mañana, en Lisboa, decirle una mujer a su hija mientras la miraba. Deliciosa palabra.