martes, 26 de enero de 2010

El camino a Ítaca

Ulises puede ver y oír. Y por ello. Ulises se aferra al mástil por voluntad propia. Quiere llegar a su destino, hacer su viaje, terminarlo; atravesar la bruma y la seducción de lo fácil, de lo cómodo, de lo aparente, de la nada, para llegar a la Verdad, a Ítaca, a Penélope. Se niega al espejismo y al hechizo de las sirenas y sus cantos, para no apartarse de su camino, de lo que es de verdad, de lo que es importante.
Pero es tan difícil no dejarse seducir por los cantos de sirena de la realidad inútil, aparente, aun sabiendo donde está lo importante, lo que somos, lo que queremos, lo que necesitamos, a lo que siempre quisimos tener, a donde siempre quisimos ir. Y qué fácilmente nos equivocamos. Qué facílmente nos dejamos llevar por la falacia de los cantos de sirena, si es que no somos, incluso, los simples marineros del barco de Ulises.

4 comentarios:

Isabel de León dijo...

Querido Diego u Odiseo, si esas sirenas son como las de Homero pues si, asegúrate a un mástil...si no pues déjate llevar...q lo cantos a veces tienen corazón...siempre y cuando no haya Penélope!!!jajajajjajajaja

Saludos de la chica de Troya (como Elena, jajaja)

Anónimo dijo...

Qué mala eres, Isabel. ¿Debería hacerlo? A veces tienen corazón, sólo a veces, pocas veces.
Me alegro de tu vuelta; hacía milenios...
Un saludo chica de Troya. (Cuentan las crónicas que era un bellezón.
Diego

Marisa dijo...

Los cantos de sirena forman parte de ese camino. El secreto no es llegar sino disfrutar del trayecto.
Un saludo.

Diego Jurado dijo...

Sin duda. Ahí radica el misterio de la vida.
Un saludo, Marisa.
Diego