
En los claros de las paredes, apostado el violín al hombro desgrana sonidos de una belleza que calma, que engrandece la cualidad del ser humano que improvisa atardeceres, que regala amaneceres al oido que se para, y escucha y ama.
Momentos, pausas, en los que la vista se detiene en lugares, en miradas, en almas; fuera y dentro.
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2 comentarios:
Cuánto hay que mirar para saber observar aquello que describes.
No se necesitan más palabras para saber dibujar una mirada.
Saludos.
Muchas gracias Ruth. Y sí, cuánto hay que saber mirar y qué poco lo hacemos y que poco sabemos sobre el mirar...
Un saludo.
Diego
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