La indelicadeza es una voz que se ahoga en el
silencio. Y siento ahora, sentado en esta silla de mimbres rotos por el
tiempo, la mirada acuosa de un cenicero lleno de cenizas de cigarrillos no
fumados, ni tan siquiera encendidos, apagados, yertos, en la bruma del reflejo
de una imagen, en el espejo que no lo es.
Ahí sueño, en ella, con algo que no
veo, que no… Porque alrededor de algo apenas hay. Y aun así, ya, me alejo, me
dejo entre las aleatorias volutas de eso que no sé que es, y que no quiero, no por
incierto sino por ciego, por ausente. Porque siento que entre la nada solo
habita el cieno. Por eso, solo por eso, solo por eso.